No sé qué puedo decirles que sea de su interés. Desde mi siempre humilde opinión, creo que nada, para que voy a mentirles. En ocasiones, las circunstancias, un dictatorial editor o la estupidez intrínseca de uno mismo son armas de peso suficiente como para arrastrarme a proceder de manera contraria a como desearía. Y aquí me tienen ante tamaña tesitura.
Si les confieso que soy un cuentista que canta en la ducha cada mañana, se compondrán, sin temor a equivocarse, una idea bastante aproximada de mi personalidad.
Soy de la opinión de que el escritor debe de divertirse para que el lector saque algún provecho positivo de sus lecturas. Que el escritor debe de sentirse orgulloso de sí mismo para que usted lector lo esté de él. Que si me dejan trabajar y dedicarme a lo mío, en vez de obligarme a escribir estas fútiles líneas, aprovecharía mejor el tiempo. En definitiva, que si quieren conocerme, nada mejor que seguir mis historias; son una prolongación fidedigna de mi identidad.
Y si algún consejo me atrevo a ofrecerles, es que no sigan mi ejemplo ni el de mis personajes. No les llevará a nada bueno. Es de lo único que estoy seguro en esta vida. Del resto, dudo. No saben hasta qué punto.