Ding-dong

Ding-dong

 

Andaba por casa, recién llegado del trabajo, dispuesto a relajarme con una merecida ducha. Me desvestí y enfundé el albornoz, abrí el grifo del agua caliente y, mientras esta adquiría una temperatura adecuada, intentaba decidir con que gel impregnaría mi cuerpo. Me apetecía uno nuevo de lavanda. Lo destapé y olí. En silencio otorgué mi aprobación.

Ese momento místico fue interrumpido por el timbre de la puerta. Maldecí y cerré el grifo. Al abrir, un joven de veintipico, trajeado, me recibió con una sonrisa que para sí la quisieran algunos. Su apostura  se veía menoscabada por un evidente sofoco que perlaba de sudor su frente. No resulta baladí señalar que vivo en un quinto piso sin ascensor. Esto, las altas temperaturas de julio y  su indumentaria impropia de la estación, le conferían un aspecto lastimero.

—Buenas tardes.

—Hola.

—Mire, represento al Círculo de Tractores, supongo que habrá oído hablar de nosotros.

—Sí, fui socio una temporada  pero me borré.

—¿Cuál fue el motivo?, si es que se lo puedo preguntar.

—Bueno, es que después de varios meses de realizar pedidos, caí en la cuenta de que no sabía leer.

—¿Perdón?

—Sí, si, como lo oyes. Sentí una gran frustración. Lo pase muy mal e incluso cogí una baja por depresión. El médico me aseguró que en el hospital no podían operarme de lectura, que tendría que ir por la privada; ya sabes el dineral que cuesta la sanidad privada.

—Vaya, no sé qué decir.

—Pues si no lo sabes, mejor que no digas nada.

—De todas maneras, tenemos unos libros sólo de fotografías. Este que ve aquí es de tractores. El título, Los mejores tractores de la historia, habla por sí solo. Aparece desde el modelo Macana de principios del siglo XX, hasta los modernos y cómodos descapotables de la Jondere.

—Desde luego parece muy interesante, pero es que siempre he odiado los tractores.

—Tenemos otra colección, más agresiva, de motosierras. Las hay de todos los colores, tamaños y utilidades.

—Si ya veo, pero lo que a mí siempre me ha gustado e incluso me ha interesado sobremanera es la simbiosis entre los geranios y el tipo de regadera que los alimenta. No se si me explico, cada geranio requiere de una regadera  específica, con una capacidad, un tamaño y un color determinado. ¿No tendrías nada de eso?

—Ciertamente no, amable futuro cliente. Pero, tengo algo que creo se ajusta a sus características. Un tratado en 1585 volúmenes de 1300 páginas cada uno, encuadernados en lujosa piel de rata y cosidos a mano en Singapur, sobre el sincretismo de las regaderas con los embudos. Como puede apreciar, esta alentadora portada muestra al escritor con una regadera en la mano y un embudo en la cabeza, como prueba inequívoca de que él es el verdadero nexo de unión entre estos dos bastiones imperecederos del desarrollo a ultranza de la civilización moderna.

—A fuer de  sincero le diré que casi me convences, pero me acabo de acordar de que estoy muy ocupado en asuntos del máximo interés y que si te he dado coba y pábulo es para que no te sintieras tan mal al pegarte con la puerta en las narices.

—Visto así, sólo puedo expresar que es usted muy considerado y que si todo el mundo actuara del mismo modo me moriría de hambre. Sin embargo, sería mucho más feliz y que duda cabe que ya estaría realizado como persona.

—Bueno, bueno chaval. Para que veas que me has caído bien, te voy a revelar un secreto. La vecina del 2º Z seguro que también te da coba y que no te compra nada. Pero, no le digas a nadie que te lo he dicho.

—Muchas gracias, me voy directo al 2º Z, que lo primero es lo primero, siempre habrá tiempo de vender algo más tarde. Adiós.

 

Tras la interrupción, volví a abrir el grifo y pensé que mejor un baño que una ducha. La conversación me había dejado agotado.

FIN

Autor: Miguel Angel Salinas   

 

¡¡Suelta lo que llevas dentro, desahógate!!
 
                                                                     
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