Estamos hartos y hartas de soportar diariamente situaciones que no deseamos, de aguantar a personas con la más absoluta resignación. Nos callamos por educación, por miedo, por respeto, por no llamar la atención, incluso por dudar de si estamos o no en nuestro derecho de poner los puntos sobre las íes; dudamos de nuestro correcto proceder.
Cuántas veces hemos pensado atrocidades, hemos imaginado un final brutal y feliz a nuestro asfixiante panorama tan sólo como medio de escape, como única fórmula para no caer en la ruina física y moral.
En cierta ocasión conocí a un tal Wilson. La perplejidad y desorientación de esta persona me infundió una suerte de certeza, una visión nada desproporcionada de cómo funciona el mundo que nos rodea, el contexto en el que vivimos inmersos.
Pues bien, queridos lectores y lectoras, aquí les ofrezco un llamativo y variopinto escaparate al cual pueden asomarse. No les voy a alentar para que imiten a las heroínas que les presento. Nada más lejos de mi intención que establecer una especie de apología de la violencia. Tan solo deseo acompañarles en sus sueños, hasta ahora inalcanzables, de que su vida se convierta en algo más justo y su día a día vuelva a los cauces de la racionalidad y el disfrute.
Los relatos representan tan sólo un soporte moral, una mano apoyada en su frente, unos susurros de aliento, una voz amable.
Un último consejo les doy, no dejen pasarlo un día más. Actúen.
Autor: Miguel Angel Salinas
