Santi-avance

Santi (avance)

 

        Les dejo un avance para que se vayan familiarizando con los personajes.

 

Relación de personajes (por riguroso orden de aparición)

 

SANTI: Periodista freelance, escritor de algunas novelas publicadas y desconocidas. Es amigo de la noche, con todo lo que ello implica.

Dr. RAMÍREZ: Médico de cabecera de Santi.

PARROQUIANOS DEL ISLEÑO: Felisa (ama de casa ludópata), José (jubilado).

El FEDE: Propietario del Isleño. Persona a la que le gusta dar consejos y que tiene unas peculiares aficiones.

El JULI: Camello que se va bastante de la lengua.

CHARLY: Amigo íntimo de Santi. Trabaja en la Nissan. Le va la noche más que a Santi, con todo lo que ello implica; lo implica más que a Santi.

VICO: Traficante de cocaína.

EL COQUE: Camello de confianza al que suele pillar toda la panda de Santi.

EL ROBER: Camello que pasa poco y de mala calidad.

NIKI: Amiga íntima de Inés. Es profesora de secundaria en un IES. Se enrolla de vez en cuando con Santi.

DIJI: Dj del Lisergic. Bastante amigo de Santi.

INÉS: Amiga íntima de Niki. Es diseñadora gráfica aunque en paro, de momento. Su actual novio es Esteban.

ESTEBAN: Guitarrista que ha tocado en grupos semi conocidos. Arreglista musical y productor de maquetas. Novio de Inés. Persona de aspecto pijo pero con alma gamberra e inteligente.

“CULO BONITO”: Rocker que va al Tatoo. Se lía con Inés una noche. Páginas después de que aparezca descubrimos que se llama Rubén.

ANDRÉS: Capo  de una red que introduce cocaína en el país.

PEDRO: Amigo de Charly y compañero de trabajo. Conoce a un funcionario de prisiones.

TOMÁS: Funcionario de prisiones.

JOSÉ LUIS: Jefe de sección de Charly.

CARLOS OCAÑA: Jefe de personal de Nissan.

CÉSAR: Chico que ve Niki un día en el súper.

MARIO: Lacayo de Andrés.

NICOLÁS: Primer cliente al que va a suministrar Santi en un hotel NH.

ÓSCAR: Traficante de marihuana que vive en el mismo barrio que Andrés.

ALFONSO: Subalterno de Óscar.

NÉSTOR: Sobrino de Andrés.

DAMIÁN: Compañero de Néstor, matón de Andrés.

DON JACINTO: Capo de otra organización que opera en la ciudad.

 

Relación de lugares (con el mismo rigor que antes)

 

EL ISLEÑO: Típico bar de barrio regentado por Fede. Al igual que otros bares que se nombran, suele frecuentarlo Santi y Charly.

EL LISERGIC: Garito donde acude toda la pandilla de Santi de forma habitual. Ponen buena música. El DJ es el Diji.

EL SÓTANO: Garito parecido a una discoteca y que está en un sótano. La música suena a todo volumen, parecida a la del Lisergic.

TATOO: Nuevo bar en el barrio. Es un bar musical donde también se puede picar algo.

BAR  MANOLO: Bar de barrio, esta vez del barrio de Tomás, el funcionario de prisiones.

CERVECERÍA IRLANDESA: Bar irlandés cuyo nombre no aparece en la novela, ya que Charly nunca se acuerda de él. Está en el barrio de Óscar.

BAR LUCAS: Bar de barrio enfrente de la cervecería irlandesa.

 

 

Primera Parte

 

1

 

—El mes pasado me advirtió de que tenía la tensión alta, que abandonara el café y los excitantes, incluso me planteó la posibilidad de tomar pastillas para controlarla. Ahora me dice que soy hipotenso y que la subida de tensión se debió probablemente a una mala temporada, que quizás estaba atravesando una mala racha, que eso ocurre…

—Escucha Santi, la medicina no es una ciencia exacta…

—…muy frecuentemente, que además la presión sanguínea varía varias veces al día y que por sí misma no constituye un factor determinante de nada. Llevo un mes privándome de placeres, vicios y costumbres y ahora me sale con que soy hipotenso…

—Cuando viniste hace un mes eras hipertenso pero ahora…

—…y que lo que tengo que hacer es justamente lo contrario. Mire doctor, no puedo salir ahora por esa puerta y atiborrarme a cafés y a chupitos para subir la tensión. Dígame que si le hago caso hoy, no me dirá dentro de unos días que tengo bajo en nivel de mitocondrias y que no me funciona el aparato de Golgi.

—Santi, Santi, lo estás sacando todo de quicio, exageras. Yo te aconsejo con los síntomas, con los datos de que dispongo y con mi buena fe.

—No lo dudo doctor, pero su buena fe me va a volver loco. Según usted y con mis síntomas de hoy ¿Qué debería hacer? Ya sólo le falta insinuar que soy hipocondríaco.

—Bueno, ahora que lo mencionas.

—O sea, que sí que lo cree.

—Un poco creo que sí. Ten en cuenta que vienes a mi consulta casi todos los meses y estoy casi seguro de que también vas a la privada.

—¡Qué yo soy hipocondríaco! ¿Eso es lo que está diciendo? Lo que me faltaba por oír. Vengo a menudo porque me preocupo por mi salud.

—La mitad de los hipocondríacos dicen lo mismo que tú, además lo tuyo es obsesivo.

—¡Vaya! Sabe qué, me voy, ya he tenido suficiente por hoy. Creo que el próximo mes no volveré, voy a cambiar de médico. En todos los años que le conozco, no ha hecho más que marearme.

—A eso no te puedo responder, haz lo que quieras. Si quieres seguir viniendo, serás bien recibido y si no vienes, la noticia también será bien acogida.

—Perfecto. Por cierto y antes de irme, ¿ha recibido ya los resultados de los análisis?

—Sí, y ya te dije la semana pasada en un correo, que todo lo tenías bien, no había nada fuera de sitio.

—Vale, de acuerdo. Adiós.

 

Salió Santi de la consulta alicaído y enfadado. Tras años de ser tratado por el mismo médico, esa visita lo descuadró. ¿Cambiaría realmente de doctor? Sabía perfectamente que no ¿Quién iba a aguantarlo aparte  del Dr. Ramírez?

A día siguiente el cabreo se le habría pasado. Pero lo que le preocupaba, lo que le carcomía en el fondo era pensar si entraba en selecto club de los hipocondríacos. Él diría que no, pero la convicción del doctor no dejaba lugar a dudas. Cretino.

Se convenció de que la escena vivida en el ambulatorio sería un buen comienzo para una de sus novelas y se prometió anotar algunas ideas al llegar a casa.

Pero antes, necesitaba distraerse. Por eso, no dudó ni un segundo en pasarse por el Isleño a tomar algo.

 

2

 

Es todavía muy pronto para beber pero le da igual, no es la primera ni la última vez que se lía a tomar cañas a las once de la mañana.

El Isleño es el típico bar de barrio donde sabes perfectamente a quién vas a encontrar, qué día y a qué hora, no falla. Están los que van a almorzar por la mañana, haciendo una parada en el trabajo, los que van a tomar el aperitivo antes de comer, los que van a tomar el café después de comer, los que van a tomar algo a mitad de tarde al salir del trabajo y antes de ir a casa, los que van a cenar y los otros. A este grupo pertenece Santi, los que van a cualquier hora sin un patrón fijo y que se pueden pegar en el bar media hora u ocho, si la cosa se complica. Ese puede  ser uno de esos días.

Entra y saluda a los parroquianos, entre los que se encuentra Felisa, ama de casa alcohólica y ludópata, que está zampándose un bocata grasiento de bacon con a saber qué, acompañado de una cerveza (deben de ser dos, el casco vacío que hay a su vera la delata). Cuando acabe el bocata se pedirá un carajillo de anís y dirá, “es para coger fuerzas antes de ir al súper”. También está José, un jubilado que se pasa el día entero en el bar, consumiendo sólo un café por la mañana y un cortado por la tarde, por ese orden. Y unos cuantos currelas en su tiempo de descanso que Santi sólo conoce de vista.

Se acerca a la barra y saluda al Fede,  propietario del local.

—Hola Fede, ¿qué tal? Ponme una Estrella por favor.

—¿De dónde sales a estas horas?

—Vengo del ambulatorio y llevo un cabreo de mil demonios. He discutido otra vez con el médico.

—Joder tío, siempre igual ¿por qué no te cambias?

—Lo he amenazado con hacerlo, pero me ha dado la impresión de que no le importaba y eso me ha mosqueado más. ¿Cómo le puede dar igual después del montón de años que nos conocemos?

—¿Y te extraña? Santi, eres un hipocondríaco de mierda, y lo sabes.

—¿Tú también? es justo lo que ha dejado caer. Joder, no soy un hipocondríaco, simplemente me preocupo de mi salud. Que dicho sea de paso, te deberías de aplicar el cuento. Te pegas todo el día aquí, comiendo cualquier cosa y bebiendo constantemente. Esa panza que luces está más contenta que tú cuando haces caja al final del día.

—Meterte conmigo no va a solucionar tus problemas. Si te quieres desahogar hazlo, no me voy a mosquear. ¿Te crees que vas a vivir más que yo por ir al médico cada dos por tres? Te aseguro que no. Lo único que vas a conseguir es hartar al doctor ese y volverte loco tú.

—¿Tienes un vaso frío?, esta cerveza está caliente.

—Si hombre si, vaya como venimos hoy. Si estás de malas, date una vuelta y vuelve luego, que yo estaba la mar de tranquilo antes de que llegaras.

—Por cierto, ¿has visto hoy al Juli?

—No, creo que es demasiado pronto para él.

El Fede realizó una pausa teatral y se aproximó lo más que pudo al rostro de Santi

 —Ahora que lo mencionas, te voy a dar un consejo, gratis.

El Fede se lo llevó a un extremo de la barra.

—Deberías de buscarte a otro contacto, yo del Juli no me fiaría.

—No, ¿por qué?

—Para empezar porque se va mucho de la lengua últimamente. Le he oído comentar aquí en la barra cosas de otros, que ni yo ni nadie deberíamos de saber. Y para continuar, porque la mierda que lleva no vale para nada.

—¿Y tú qué sabes de eso?

—Da la casualidad, y te voy a dar una primicia, también gratis, de que alguna vez que otra si lo he probado, del Juli y de otros; por eso sé distinguir la calidad. Te puedo indicar quienes, cuando aparezcan.

—Joder Fede, me dejas acojonado. Nunca me hubiera imaginado que tú…

—Ya ves, son muchas horas aquí metido y siempre hay ratos de ocio y relajación.

—Ponme otra y dime a quien más conoces. Veo que eres mejor que Google.

El Fede lo pone al día de las novedades del tráfico de estupefacientes en el bar. Santi conoce a algunos de ellos pero de otros ni se lo imaginaba. Personas que aparecen por la mañana a tomar un café o entran con ropa deportiva a por un botellín de agua. Gente sin aspecto de camello y sin aspecto de consumir. Esos son los que más duran en el negocio y los que suelen tener una calidad mejor. No necesitan cortar lo que les queda porque  se hayan metido ya la mitad y tengan que estirar el material todo lo que puedan.

Tras una cerveza más, decide que se va a ir a casa a comer tranquilamente y a descansar, se le han pasado las ganas de liarse.

 

3

 

Santi sale del Isleño preocupado. Ha cambiado una preocupación por otra; a priori eso es bueno, ya no lleva el cabreo del médico, ahora le corroe su otro “médico”. Tendrá que comprobar si lo que le ha contado el Fede es verdad, pero será otro día. Le apetece estar tranquilo sólo consigo mismo y va pensando por el camino qué se le antoja comer. Repasa mentalmente que hay en su cocina y que menú puede preparar con las existencias.

Una vez en  casa va derecho a la habitación. Esta da a un patio interior. Cuando se trasladó allí, hace ya de eso más de diez años,  el dormitorio daba a la parte delantera del piso. Debido al incesante tráfico que circulaba por la avenida  se cambió a la actual. Le recordaba su fluido sanguíneo y ese colesterol que lo taponaba. Por cierto, se le había olvidado preguntar al médico como le había salido el colesterol en el último análisis.

Se enfundó un pantalón de chándal Adidas que le regalaron hace dos años para Reyes y una camiseta de los Fresones Rebeldes. Para preparar una buena comida hay que estar acompañado de una buena música, es fundamental. También hay que mostrar buen humor. Carecía de él en ese momento, pero con una copa de vino, alcanzaría el tono adecuado. Por partes, «primero elegimos la música», pensó. Tenía unos cd’s recopilatorios que iba creando con sus canciones favoritas, para no tener que ir cambiando de disco cada dos por tres. Eligió uno donde  figuraban Daniel Johnston, Mick Harvey, Armando Lagozza, Baby Shambles, Undershakers y DMZ, entre otros. Buena elección. Lo puso a un volumen moderadamente alto. Luego, en la cocina, abrió una botella de vino que le costó unos nueve euros. No entendía nada de vinos, se guiaba por el precio. Todos los de cuatro euros para abajo los consideraba veneno que no compraba. Sobre seis encontraba el equilibrio precio/calidad y a veces, por encima, descubría cosas buenas y verdaderos timos. Esta botella procedía de la denominación de origen de… (deletreó) So-mon-ta-no. «¿Dónde coño está eso?  Bueno da igual», pensó. La abrió y se sirvió una generosa cantidad en una copa que compró en un todo a cien, en teoría para vino. Sin protocolos de catar  olor, color y demás, se lo llevó al gaznate y sentenció, «no está mal, vale lo que pagué».

Una vez cumplidos los preliminares se puso en acción. Abrió la nevera y observó, «mmm, podría preparar una ensalada de arroz». Sacó el bol con el arroz que ya hirviera el día anterior, cebolla, tomate, pimiento rojo y espinacas. Lo preparó todo en una fuente y se dispuso a darle el toque de gracia. Añadió unos frutos secos (nueces y pipas de calabaza), un poco de sésamo, unos taquitos de salmón ahumado, cúrcuma, jengibre, salsa de soja y aceite de oliva. Se embelesó contemplando la obra de arte y notó un temblor en las piernas, consecuencia de la incipiente felicidad. Tomó un trago de vino para celebrarlo.

Había que pensar en el segundo. Volvió a abrir la nevera y el congelador. Descubrió un filete de ternera con unas pintas estupendas y unos lomos de bacalao que quitaban los sentidos. Se decantó por esto último. Los haría a fuego lento con un poquito de cebolla, tomillo y unas setas que le regalaron la semana anterior, trompetillas dijo que las llamaban el que se las dio. 

Mientras el bacalao alcanzaba su punto, empezó a atacar la ensalada con el deleite y la satisfacción que producen las cosas bien hechas. A punto de acabarla, se dio cuenta de que la botella de vino había menguado considerablemente. Y cuando terminó el bacalao el contenido líquido había desaparecido. Orgulloso de sí mismo, pensó que no existía mejor premio a su esfuerzo que una buena siesta en el sofá. Dudó entre este y la cama. El salón daba a la parte delantera de la casa e igual le costaba conciliar el sueño. Al cabo de diez minutos comprobó que no. Con lo que se había metido entre pecho y espalda cayó como un angelito. Y así estaba, babeando y soñando con lo que se suele soñar en esos casos, cuando al cabo de hora y media sonó el teléfono.

Miró la pantalla con ojos vidriosos. Era  Charly, un colega.

 

4

 

Charly era por así decirlo, “el colega”. Inseparables desde críos, crecieron en el barrio, tenían la misma edad e incluso fueron a primaria juntos. A veces, como en esta ocasión,  le molestaba la confianza que se tomaba de llamarlo a cualquier hora. Muchas veces por tonterías o historias rocambolescas en las que Charly se veía envuelto. Tenía mucha facilidad para meterse en líos; se escabullía con frecuencia de ellos, pero no siempre bien parado.

—Qué pasa tío.

—Tenemos que vernos.

—Hoy no pensaba salir, de hecho me has despertado de una siesta de puta madre en la cual soñaba con cosas agradables; tú no aparecías.

—Es importante, sino no te llamaría, ya lo sabes.

—¿Cuántas veces me has llamado por cosas que son importantes? Haz memoria. Te lo diré, ninguna. Siempre dices que es importante y sabes perfectamente que  nunca lo es.

—Esta vez sí, hazme caso.

—Vale, vale, pero yo no salgo. Si quieres vente para aquí.

—Ábreme entonces.

—¿Cómo?

—Estoy en la puerta de tu casa.

—¡Joder! Espera.

Santi se levanta de muy mala gana del sofá y va hacia el interfono. Tras un tiempo que le pareció muy corto, aparece  Charly por la puerta. Su aspecto lastimero, le pareció preocupante. Parecía sacado del metro en hora punta.

—Vaya pinta que sacas colega.

—En este momento estoy un poco agobiado.

—Cuenta, ¿qué es esta vez?

—¿Te acuerdas que te dije que conocía a uno de los traficantes de esta zona, el que distribuye a buena parte de los camellos a los que compramos? Se llama Vico.

—¿Y?

—Déjame seguir. Me llama ayer y me dice que está siendo investigado y que tiene que desaparecer una temporada. El problema es que tiene medio kilo de farlopa en casa y alguna que otra nadería y necesita deshacerse de ello. Me propone que se la guarde por miedo a que le registren el piso.

—Supongo que le dirías que no.

—Efectivamente le dije que sí.

—¡Joder, eres tonto del culo!

—Puede ser, pero el tío me ha hecho varios favores y además me cae bien.

—¡Qué te ha hecho varios favores! Por el amor de dios, ¡qué favores! Dejarte la mierda más barata, dejar que vayas a su casa a conocer a sus amigas dominicanas y…

—Bueno, no lo puedes entender, otros favores. No te lo voy  a contar todo ahora que si no, no acabo. El caso es que le dije que se lo guardaría, de hecho está en mi casa.

—¡¡Me cago en la madre que te parió!!

—Para darle más confianza le prometí que nosotros cuidaríamos de que estuviera a buen recaudo…

—¿Nosotros?

—Sí, le dije, «yo y mi colega Santi, ¿lo conoces, no?, nos ocuparemos». Dijo que  te conocía de vista, por el barrio y eso, y le pareció bien.

—¡Me cago en la hostia puta! ¡Joder!, eres un subnormal, un gilipollas, un retrasado…

—Para, para, ya está hecho. Ya no hay marcha atrás. Le dije que sí y ahora no puedo cambiar de opinión. Siento haberte metido en el fregado.

—No tenías porqué  mencionar mi nombre, joder.

—Lo sé.

—No le debes nada a ese tipo. Él nunca lo hubiera hecho por ti. Con esa gente tienes que mantener una relación superficial, cordial pero distante. No debes involucrarte nunca en sus vidas. Sólo lo conoces por un intercambio comercial.

—Conozco la teoría, pero me dejé llevar. Me jodía que la pasma lo trincara.

—¿Cuál es el plan?

—¿Plan?, ninguno. Lo guardo en casa hasta que dé señales de vida y entonces se lo devuelvo.

—Y una mierda. No puedes guardar eso en casa. Tarde o temprano alguien se enterará. Si es la pasma estás jodido y si es su organización, más. Debes de esconderlo en otro sitio.

—Si pero ¿dónde?

—Ya pensaremos en algo. Sabes que estoy hasta los cojones de ti, ¿verdad? Muy muy hasta los cojones.

 

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