Cucuruchos de arándanos, nata y chocolate
Había una vez tres cucuruchos invertidos (boca abajo) a los cuales les encantaba el carnaval. Hartos de recibir lametones, se dieron la vuelta para lograr desprenderse del rico helado y poder llenar el espacio vacío con nuevas y revolucionarias ideas. ¿Qué tal disfrazarse de cófrades y salir a desfilar como los militares el día de las Fuerzas Armadas?¿Qué tal utilizar ese mismo uniforme para alegrar las calles como una charanga? Sin acertar con el propósito, lo encontraron acertado.
Pasó el tiempo y los tres amigos cucuruchos recibieron una inopinada proposición, formar parte de un carro de helados. Les animó el hecho de que el dispositivo móvil facilitaría sus desfiles. Pronto descubrieron que no era así. Ese carro, repleto de cucuruchos, se paseaba de una calle a otra y se apostaba en cualquier esquina proclamando sus excelencias. Los tres cucuruchos, en huelga de hambre, se habían negado a ser rellenados del apreciado sorbete. Alentaron al resto a seguir su ejemplo. Ocurrió que la gente pronto se cansó de ellos; faltos del delicioso relleno, ya no llamaban la atención. ¿De qué sirve un cucurucho boca abajo vacío? De nada, desde luego.
Hasta que un día de lluvia, la crujiente galleta que les daba forma se deshizo y se convirtieron en una masa deforme, blanda y amorfa.
Algunos niños preguntan a sus padres por qué se disfrazan de cucuruchos, como en el cuento. Les extraña que en vez del helado las cabezas ocupen su lugar (que no se desprenden, por cierto, como oyeron que ocurría en el cuento) y, sobre todo, que hayan adquirido la habilidad de tocar el tambor con dos barquillos y de hacer sonar un Chupa Chups.
La maldición de la leyenda, por desgracia, se hizo realidad. Un tormentoso día de abril los derritió y se quedaron sin padres. Les consoló que sus madres, ajenas al juego del cucurucho, se mantuvieran de una pieza. Por lo menos, en el futuro, alguien los cuidaría y protegería de legendarias, anticuadas e innecesarias tradiciones.
FIN