Todos los que se han ido
Todos los que se han ido sin que yo estuviera allí.
Los japoneses no te olvidan. Pueden tardar años, décadas sin dar señales de vida, pero no te olvidan, te llevan en su corazón, en lo más profundo de sus entrañas, sin embargo no lo dicen. Jamás te enterarás porque no lo van a decir.
A veces me he intentado comportar como ellos, pero me tachan de desagradecido, arisco, hosco, huraño e insociable. Aunque pienso del mismo modo. No es necesario el contacto físico ni las muestras de cariño ni las frases amables. A los que quieres lo saben aunque estén donde acaba el universo.
Y yo también lo sé, y eso me basta.
Me enteré de tu muerte, pero no iré a tu entierro, así es que no te enfades cuando no me veas en la ceremonia. Te podrías vengar no viniendo al mío, aunque ese no es tu estilo.
Te añoro cada día y sé que a veces piensas en mí, que me recuerdas. Tu allí, yo aquí, conectados. No existirían distingos si fuera al revés, o como ha sido hasta ahora, los dos aquí, o como será dentro de poco, los dos allí. Nos une algo más potente e invisible que la débil y efímera vida, nuestros recuerdos. Es el único pegamento que adhiere todo tipo de materiales y éteres espirituales, une aquí y allá. Pega con cualquier preposición, con toda proposición y con total predisposición, sin anteponer objeción alguna.
Al paso de los años se desdibuja tu rostro y se forman otros parecidos, más acordes con mi presente. Tu voz ya no suena, pero la oigo. No vistes prenda alguna, pero luces elegante. No estás de pie ni de ninguna otra manera. Sencillamente flotas y penetras por los poros de mi piel, y te siento.
Sé quién eres, pero me hago el despistado.
FIN