El niño que sueña que no es un niño
Todo se ha desarrollado muy rápido, demasiado, tal es así que una ligera sensación de malestar lo perturba cada día más. Esa percepción lo va limando de un modo sistemático y sin cuartel. Recuerda cuando cumplió los cuatro años, y el año anterior los cinco. Y no puede relegar al olvido la tristeza que lo invadió en su sexto cumpleaños.
No hace cosas de niños. Sus padres lo han ido moldeando a su imagen y semejanza y la forma que está adquiriendo, a tenor del molde empleado, no le satisface lo más mínimo. Una educación estricta lo conduce por unos derroteros tortuosos, desganados, impropios de su edad. Sus progenitores, empeñados en hacer de él un pro hombre, una eminencia, un erudito, un empresario de postín, al igual que ellos, no escatiman en gastos y se empecinan en ocuparle las veinticuatro horas del día en actividades enfocadas a su educación, en el más amplio sentido de la palabra, pero, en ese organigrama, el ocio brilla por su ausencia.
Ni siquiera ha acudido a escuela alguna, en la cual podría haber entablado relación con personas propias de su edad, tratando temas propios de su edad, y dedicándose a juegos propios de su edad. Sus padres, por lo que sea, recelan de que eso le convenga lo más mínimo y se empeñan en convertirlo en un hombrecito siendo un niño. ¡Por dios!, si hasta sus ropas son uniformes de adultos: pantalones de pinzas, americanas, camisas de tergal, zapatos de cuero bien lustrados y un pelo cuidadosamente peinado. El conjunto le confiere el aspecto de un maniquí de un escaparate de la tienda de los horrores, de una tienda de disfraces.
Habla con corrección cuatro idiomas, pero en ninguno de ellos sabe bromear, ni intercambiar chistes, o alguna palabra, que sin llegar a taco, suene algo subida de tono. Se aburre soberanamente. Sus padres piensan que está deprimido porque sus notas han bajado algo recientemente. Pero es justo al revés, estás han bajado por que no encuentra su sitio en esa obra de teatro que le han obligado a representar.
El mejor momento del día es la noche. Cena apresuradamente, como si la casa anduviera en llamas, y se tabica en su habitación. Metido en la cama, su mente es la única liberación con la que cuenta. Imagina otros escenarios posibles para él. Escenarios que le cuesta recrear ya que jamás los ha conocido. Se esfuerza por soñar que es un niño y no lo consigue. No sabe qué es un niño. Ha hallado pistas en alguna película que ha visto a escondidas, porque hasta eso le prohíben, el ver la tele. Aun así se aferra a su deseo de verse como él intuye que debería de ser si fuera un niño. Y está convencido de que el día que lo consiga, la cama lo trasportará a ese idílico lugar, su familia jamás lo encontrará y el vivirá una infancia feliz y dichosa.
Hasta que vaya creciendo y se vuelva a convertir en lo que es ahora, en un adulto.
FIN