Arreglos Carmen

Arreglos Carmen

 

Mari Té nació en un incierto año de la era de Nuestro Señor ubicado en la década de los sesenta. Mari Té se crio pobre y nadó en la miseria en el trascurso de su adolescencia y temprana juventud. La compañía de su hermano, dos años mayor, no le beneficiaba en absoluto. Inmerso en el trapicheo con su padre y discutiendo a menudo con su madre, se distanciaba exacerbadamente de los estándares que un hermano mayor debe de demostrar para con su hermana pequeña; nada de lo que hiciera o dijera constituirían ejemplos a seguir; más bien al contrario.

El colegio lo abandonó antes de acabar la ESO; dura de mollera, no atinaba ni con la senda apropiada para las letras ni con las veredas verdes y alfombradas de las ciencias. Su tutora intentó establecer una reunión con sus padres, pero ni la ajetreada vida de Zacarías ni la alcohólica de Getsemaní permitieron encuentro ninguno. De hecho, no se enteraron que su hija los había abandonado (los estudios y a ellos) hasta una semana después. Se lo comunicó el gitano Felipe, que la vio hacer la calle, no muy lejos de allí. Entró en la casa de putas para distenderse un rato y, de paso, cobrar la farlopa que les debían de la semana pasada. Preguntó a la propietaria, una oronda madame conocida en el mundillo por “mamá Isabela”. Le vino a contar que llevaba tres días trabajando y que había adquirido una fama inusitada. La definió como “un valor en auge”. El gitano Felipe no solicitó sus servicios porque la conocía desde cría y, sobre todo, porque Zacarías lo hubiera rajado sin contemplaciones.

 

Pasó un año y la novata Mari Té estimó oportuno establecerse por su cuenta. Supo desde un inicio que “mamá Isabela” la timaba. De ningún modo hallaría un rincón oculto en ese pueblo, Arboleda de la Frontera, provincia de Jerez. Ni corta ni perezosa, se escabulló una noche sin despedirse. Perdió la paga de un par de días pero no le importó. No estaba dispuesta a ser sometida a un tercer grado, con un más que probable resultado, amenazas nada veladas que impedirían su marcha. Se dirigió lo más al norte que su abollada sesera le permitió. Recaló en una recóndito pueblito de la provincia de Zaragoza, Matalaspeñas. Lo eligió por su cercanía a Calatayud, coyuntura muy favorable para procurarse momentos de esparcimiento; además, en caso de ser necesaria, le posibilitaba una fácil huida. En su oficio, la circunstancia se podría presentar el día menos pensado.

Imaginó, por otro lado, que un cambio de nombre obraría en favor de su anonimato. Le molestó borrar de su boca Mari Té. Ya cuando lo ideo, en su remota época infantil, le pareció ingenioso. María Teresa solía derivar en Marité, que lo juzgó vulgar desde un principio. Separarlo y obligar a que la segunda parte se refiriera a algo, en su caso a una bebida, la congratuló más que aprobar un examen de lengua.

Apostó por Carmen. Le pareció normal, común y nada extravagante.

Y siguiendo su avispado plan de camuflaje, se inventó una tapadera para su empresa. Convencida de que el que no se anuncia no vende, máxime recién aterrizada y desconocida en la zona, decidió “montarse” una tienda de costura, zurcidos y sastrería. Con no poco esfuerzo, a tenor de su menguado peculio, encargó un cartel que unos rudos operarios lo colocaron en la puerta del patio. Nunca entendió las sonrisitas y cuchicheos de aquellos hombres  durante el desempeño de su faena. El cartel rezaba lo siguiente:

 

Arreglos Carmen

Piel, tela, forros, bajos, cremalleras etc.

 

Y ocurrió lo inevitable. En pocas semanas todo el pueblo y la redolada (incluida Calatayud) comentaban no ya la existencia de los servicios de Mari Té, ahora Carmen, sino el jugoso reclamo publicitario. Sólo los asiduos clientes llegaron a conocer la gran incógnita del cartel, “el etc.”

 

Y trascurridas unas décadas, cuando la belleza marchita de la pobre se confundía con la ranciedad de su pisito, acogida a ayudas sociales y vecinales, a Mari Té se le ocurrió preguntar a una señora, de su edad más o menos, del porqué de la sorna y el cachondeó que se llevaban con el cartel de marras (que aunque llevara más de diez años sin ejercer, seguía colocado en su sitio). La señora, que por caridad la proveía de comida, le lavaba la ropa una vez al mes y la congraciaba con su maternal compañía, le respondió,

—Mira Carmencita, habiendo nacido en Calatayud, jamás se me ha ocurrido preguntar acerca de quién narices era esa tal Dolores de la canción.  No quieras saber nada más, ni de ti ni de nadie. Continúa tu apacible vida sumida en la ignorancia y en la discreción, dos cualidades que  han permitido mantenerte con vida hasta ahora. Te puedo hablar de mí y del tiempo inclemente que nos acompaña a menudo. No necesitas saber nada más.

Mari Té, para nada convencida con la respuesta de su Blasa del alma, reconoció que en parte llevaba razón. Entrada en la sesentena  e intentando olvidar la vida de mierda que había sufrido, se consideró una mujer afortunada por contar por lo menos con una amiga, alguien con quien poder charlar sin que la cuestionase, y con un apoyo moral y económico sin cortapisas. No se planteó jamás que ocurriría si la perdiera. Todo indicaba que Mari Té no duraría mucho tiempo en ese mundo del cual no conoció más que crueldad, machismo, desprecio e indiferencia. Ahora que el paso de los años iba borrando esas traumáticas huellas no era el momento de hacerse preguntas, sino de seguir los consejos de Blasa, que sin conocer absolutamente nada de ella, era lo único que le quedaba y que había tenido en su pesarosa existencia.

 

FIN

Autor: Miguel Angel Salinas   
 
 
                                                                 
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