Bolsas de empleo, cemeterio de ilusiones

Bolsas de empleo, cemeterio de ilusiones

 

Se te acabó el contrato y vuelves a estar sin empleo. No te preocupas demasiado, te restan todavía unos meses de paro y malo será que no te salga algo mientras lo vas agotando.

Tu mente se adapta de modo efectivo a las circunstancias y un necesario optimismo envuelve la precaria situación que  comienzas. Te das un par de semanas de relax, saboreando la cama más de la cuenta y deleitándote en placeres ociosos y ocupaciones entretenidas. Pospones la búsqueda activa de una nueva colocación.

Un buen día, sentado delante de tu ordenador, con la mente despejada y la esperanza por bandera, te dedicas a postularte en bolsas de empleo, introduciendo trabajosamente tus datos, adjuntando tus títulos, méritos y recomendaciones. Algunas de esas webs te resultan francamente atractivas; los colores sugerentes y la estructura del sitio te rodean con un halo de felicidad inusitado. El summun  llega cuando le das a “enviar”. En ese momento crees en ti, en tu valía, en tus posibilidades, en que vas a impresionar a la parte contratante.

Las semanas pasan, los meses las acompañan y sin apenas apercibirte se une a ellos el año; este pierde la singularidad en favor de la pluralidad. Y sigues consultando esas bolsas de empleo de forma regular y piensas que algo no funciona, que por qué nadie se interesa por ti, con lo bueno que eres. Y ya no las encuentras tan atractivas. De hecho, los vivos colores te provocan rechazo. Una falsa realidad las arropa. Compruebas que tu nombre sigue escrito ahí, junto a tantos otros, como en una lápida. Es entonces cuando lo descubres.

Formas parte del mayor cementerio de ilusiones que jamás se haya construido, las bolsas de empleo.

 

FIN

 

Autor: Miguel Angel Salinas   
 
 
                                                                 
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