El arte de enfocar el ventilador
Sudas, abres las ventanas y… nada. Ni un soplo de aire, ni caliente ni fresco. Aun con todo, dejas las ventanas abiertas para que el calor que te impregna se deslice al exterior. Solo te falta empujarlo y darle un puntapié en el trasero.
Has empapado las sábanas. Te despegas de ellas y, reclinado, aumentas la potencia del ventilador hasta el tres. Aprovechas el sobreesfuerzo y lo vuelves hacia ti. Te desagrada que rote a su libre albedrío como si se tratara de una cabeza chismosa. Por eso lo dejas fijo y te obligas a cambiar constantemente la orientación, hasta conseguir el alivio deseado. Sentir el aire en las piernas te proporciona un placer extraño.
El calor de la habitación ocupa un espacio, en apariencia, vacío. Impide el paso al sueño y al descanso. Por supuesto también al aire, al cual le cuesta encontrar los recovecos que lo conducirán hasta ti. De ahí la importancia de enfocar correctamente el ventilador.
FIN