Las maletitas con ruedas
El sábado gustas de remolonear en la cama, recuperando horas de sueño, alargando momentos de placer. Nadando en ese nirvana te sobresalta un clan-clan, clan-clan, clan-clan. Y sin dudar sabes el origen del molesto ruido. Alguien se dirige a su casa o al autobús con su maletita.
Ese malestar, en tu somnolienta opinión, esconde una difícil solución. ¿Es culpa del usuario? Sin lugar a dudas. Él es el que origina la algarabía. ¿Es culpa del Ayuntamiento? Indirectamente también. Las baldosas y adoquinado de las calles no se diseñaron para que esas minúsculas ruedecitas, ajenas a la coyuntura, se deslizaran por una superficie tan poco apropiada.
Fijas tu atención también en los escolares de primaria. Desde hace unos años, el afán híper protector y desproporcionado de los padres hacia la salud de su hijos les hizo creer que llevar una mochila colgada a la espalda se la iba a curvar de por vida. Que cualquier profesional de la salud (alentados a buen seguro por los fabricantes de mochilas con ruedas) ratificaría lo conveniente de no acarrear sobrepeso en la espalda, apostillando que sus hijos no eran unos burros (no aludiendo a su intelecto, sino a su capacidad de carga). Pobrecitos.
Si las aceras se cimentaran más lisas, el problema quedaría resuelto. Pero no es así.
Te lamentas de que otro problema irresoluble acompañará tu pesar hasta el final de tus días. Confías en que cuando llegue ese momento, los ataúdes no lleven ruedas; No hay nada que más te desagrade que no predicar con el ejemplo.
FIN