Vivir en una cueva
Te llega el recibo del gas y maldices, repasas el santoral (sin omitir a nuestro Creador). Reconoces que esa exaltación desairada no es una excepción. Hastiado de pagar recibos y tributos, incapaz de alcanzar una estabilidad económica, tu desbocado cerebro corretea por prados imposibles. Una vez sereno, recostado en el sofá, apoyas la nuca sobre tus manos entrelazadas.
El impulso recurrente de escapar de la sociedad que te sujeta, que te mantiene preso con grilletes y argollas, acude una vez más. Elucubras, sincera y empecinadamente, el modo de desligarte de obligaciones, cargas y preocupaciones. Sabes que no existe solución. Como método de relajo y distendimiento es adecuado, la rabieta se disipa, pero no deja de ser una utopía.
Sueñas que vives en una cueva, que te alimentas de lo que cultivas y lo que cazas, nada te ata a la raza humana, al sistema. La primera traba de tu idílico plan la hallas en la cueva. Esa cueva es de alguien, estás en su terreno y la has ocupado de forma ilegal. La segunda, no dispones de agua para regar. Y la tercera, ¿con qué vas a cazar? ¿Qué vas a cazar? No sabes ni atrapar a una mosca.
Te giras y adoptas la postura decúbito prono. Babeando sobre el cojín te deprimes asumiendo que vas a morir en la misma selva que te vio nacer, la selva de la civilización. Condenado a cumplir las leyes y las obligaciones. Sufriendo al prójimo y a ti mismo y esperando percibir algo a cambio que compense tu malestar.
FIN