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En su vida social más bien escasa, tan sólo contaba con dos amigos, el Pere y el Pau, ambos sosos y poca sustancia, con menos luces que un día sin sol. Pero el Ignás se conformaba con poco. Por otro lado, como veía menos que tres en un burro, no reparaba en la “formidable” compañía que lo rodeaba.

El Pere y el Pau eran, uno agricultor y el otro envasador (no me refiero a que fuera diplomático). No resulta trivial, ni siquiera un detalle insustancial, mencionar que el primero era hetero y el segundo homosexual.  El Pau nunca se lo hubiera montado con el Pere, no por que no le gustara, sino porque luego entre colegas, ya se sabe, no vuelve a ser lo mismo.

 

 

La rutina en la localidad, de topónimo Fuet-oil, se desarrollaba por los derroteros de la insignificancia y la insipidez más anodina. Todo lo que se hiciera, aunque fuera nuevo, daba la impresión de haberlo llevado a cabo un millón de veces, y caía en la rueda cansina y lenta de la monotonía. ¿Qué se podía hacer que no fuera ver la televisión, beber (en casa o en el bar), practicar cualquier actividad sexual con personas

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